MINISTERIOS
FRANCIS FRANGIPANE
"Levantate, resplandece; porque ha verido tu luz, y la gloria de Jehova ha nacido sabre ti"
Isaias 60:1
DECLARACIÓN DE FE
ACM suscribe el Pacto de Lausana. Este documento teológico fue desarrollado por participantes de 150 países en el Congreso internacional de 1974 sobre la Evangelización Mundial en Lausana, Suiza, un congreso convocado por el Rev. Billy Graham. Debido a su abrumadora aceptación como un documento que proporciona una nueva base para la colaboración, el Pacto de Lausana está siendo utilizado como una declaración de fe por cientos de ministerios en todo el mundo.
Este documento se ha tomado del sitio en la red del Comité de Lausana para la Evangelización Mundial. Haga clic aquí para ver el original (disponible en varios idiomas)
EL PACTO DE LAUSANA
INTRODUCCIÓN
L A S V E N T I Ú N A F I R M A C I O N E S
del Manifiesto de Manila
Afirmamos nuestro renovado compromiso con el Pacto de Lausana como base para nuestra cooperación con el movimiento de Lausana.
Afirmamos que en las sagradas Escrituras de los dos testamentos, el Antiguo y el Nuevo, Dios nos ha dado una revelación autoritativa de su carácter y voluntad, de su obra redentora y su significado, y su mandato para la misión.
Afirmamos que el evangelio bíblico es el mensaje permanente de Dios para nuestro mundo, y nos comprometemos a defenderlo, proclamarlo y encarnarlo.
Afirmamos que los seres humanos, aun cuando han sido creados a la imagen de Dios, son pecadores y culpables, perdidos sin Cristo, y que esta verdad es preliminar en la comprensión del evangelio.
Afirmamos que el Jesús de la historia y el Cristo de la gloria son una misma persona, y que este Jesucristo es absolutamente único, puesto que sólo él es el Dios encarnado, el que cargó nuestros pecados, conquistó a la muerte y vendrá de nuevo como juez.
Afirmamos que en la cruz Jesucristo tomó nuestro lugar, llevó nuestros pecados y sufrió la muerte que a nosotros nos correspondía morir, y que únicamente por esta razón, Dios perdona gratuitamente a quienes son llevados al arrepentimiento y la fe.
Afirmamos que las demás religiones e ideologías no son caminos alternativos para llegar a Dios, y que la espiritualidad humana, si no está redimida por Cristo, no conduce a Dios sino al juicio, ya que Cristo es el único camino.
Afirmamos que debemos mostrar el amor de Dios de manera visible, atendiendo a los que están privados de justicia, dignidad, alimento y vestido.
Afirmamos que la proclamación del Reino de Dios de toda justicia y paz, exige la denuncia de toda injusticia y opresión, tanto personal como estructural; no rehuiremos este testimonio profético.
Afirmamos que el testimonio que da el Espíritu Santo acerca de Cristo es indispensable para la evangelización y que, aparte de su obra sobrenatural, no son posibles, ni el nuevo nacimiento, ni la vida nueva.
Afirmamos que la lucha espiritual requiere de armas espirituales, y que debemos a la vez predicar la Palabra en el Poder del Espíritu, y orar sin cesar para que podamos participar en la victoria de Cristo sobre los principados y potestades de maldad.
Afirmamos que Dios ha encomendado a toda la iglesia y a cada uno de su miembros la tarea de dar a conocer a Cristo en todo el mundo: nuestro anhelo es que todos, sean laicos o ministros, sean movilizados y capacitados para esta tarea.
Afirmamos que los que decimos ser miembros del cuerpo de Cristo debemos superar las barreras de raza, sexo y clase social dentro de nuestra comunidad.
Afirmamos que los dones de Espíritu Santo son repartidos a todo el pueblo de Dios, tanto a las mujeres como a los hombres, y que se debe promover la participación de todos en la evangelización para el bien común.
Afirmamos que los que proclamamos el evangelio, debemos ejemplificarlo viviendo una vida de santidad y de amor: de no ser así, nuestro testimonio pierde su credibilidad.
Afirmamos que toda congregación cristiana debe volcarse hacia la comunidad en la que se encuentre inserta a través del testimonio evangelizador y el servicio compasivo.
Afirmamos la necesidad urgente de que las iglesias, agencias misioneras y otras instituciones cristianas colaboren mutuamente en la evangelización y acción social, y que repudien la competencia y eviten duplicar esfuerzos.
Afirmamos que es nuestro deber estudiar la sociedad en la cual vivimos a fin de entender sus estructuras, sus valores y sus necesidades, y de esta manera desarrollar una estrategia apropiada para la misión.
Afirmamos que la evangelización del mundo es urgente y que es posible alcanzar a los pueblos no alcanzados. Tomamos la decisión de darnos esta tarea con renovado vigor durante la última década del siglo XX.
Afirmamos nuestra solidaridad con los que sufren por el evangelio, y procuraremos prepáranos para la posibilidad de sufrir de la misma manera. Trabajaremos a favor de la libertad religiosa y política en todas partes.
Afirmamos que Dios está llamando a toda la iglesia a llevar todo el evangelio a todo el mundo. Nos comprometemos, por tanto, a proclamarlo con fidelidad, urgencia y sacrificio hasta que Cristo regrese.
TODO EL EVANGELIO
El evangelio es la buena nueva de la salvación que Dios ha provisto para el hombre al librarlo de los poderes del mal. Es, a la vez, nuevas de la instauración de su reino eterno y de su victoria final sobre todo lo que se oponga a sus propósitos. En su amor, Dios se propuso efectuar esta salvación antes de que el mundo fuese creado, y llevó a cabo su plan por medio de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, en quien hay liberación del pecado, de la muerte y del juicio. Es Cristo quien nos hace libres y nos une al incorporarnos en la comunidad de los redimidos por él.
La apurada salvación humana
Ya que nos encontramos comprometidos en predicar el evangelio total, es decir, el evangelio bíblico en toda su plenitud, lógicamente debemos entender por qué lo necesitan los seres humanos. Los hombres y mujeres tienen una dignidad y un valor intrínseco por cuanto han sido creados a la imagen de Dios, para conocerle, amarle y servirle. Sin embargo, a consecuencia del pecado, cada aspecto de su humanidad ha sido distorsionado. Los seres humanos se han vuelto rebeldes y egocéntricos, se sirven a sí mismos y no aman a Dios ni a su prójimo como deberían hacerlo. Por consiguiente, están alienados, tanto de su creador como del resto de la creación, lo cual es la causa fundamental del dolor, la desorientación y la soledad que tanta gente sufre hoy en día. Muchas veces, el pecado se manifiesta también bajo las formas de conducta antisocial, explotación violenta de los demás, y de un desgaste de los recursos de la tierra, de la cual Dios ha hecho a los hombres y las mujeres sus mayordomos. La humanidad se encuentra culpable y sin excusa y va por el camino que conduce a la destrucción.
Aunque la imagen de Dios en los seres humanos ha sido corrompida, éstos son aún capaces de reconciliarse los unos con los otros con amor, y de realizar acciones nobles y crear obras de arte hermosas. Pese a todo el logro del ser humano, sea cual fuere, está fatalmente marcado por la imperfección y de ninguna manera pude proporcionarle el derecho de tener acceso a Dios. Cada individuo es a la vez un ser espiritual; las técnicas de auto-ayuda sólo pueden, a lo mucho, aliviar las necesidades que sienten, siendo incapaces de solucionar los problemas trascedentes del pecado, de la culpabilidad y del juicio. Ni la religión humana, ni la justicia humana, ni los programas socio-políticos pueden salvar a nadie. No existe posibilidad alguna de que el ser humano se salve por sí mismo. Abandonadas a sí mismas, las personas están perdidas para siempre. De modo que repudiamos los falsos evangelios que niegan la realidad del pecado humano, el juicio divino, le deidad y encarnación de Jesucristo y la necesidad de la cruz y la resurrección. Asimismo rechazamos evangelios a medias, los cuales no toman en serio el pecado y confunden la gracia de Dios con el esfuerzo humano. Confesamos que a veces, nosotros mismos, hemos relativizado el evangelio, pero nos comprometemos a tomar en cuenta, en nuestra agilización, el diagnóstico radical que Dios hace del pecado, y el remedio, igualmente radical, que él ha provisto.
Buenas nuevas para hoy
Nos regocijamos de que el Dios viviente no nos abandonó a nuestra perdición y desesperanza. En su amor, El vino a buscarnos en Jesucristo para rescatarnos y restaurarnos. De modo que las buenas nuevas se encuentran en la persona histórica de Jesús, quien vino proclamando el reino de Dios y viviendo una vida de humilde servicio, quien murió por nosotros, siendo hecho pecado y maldición en nuestro lugar, y a quien Dios vindicó levantándole de los muertos. A aquellos que se arrepienten y creen en Cristo, Dios les da parte en la nueva creación. El nos da nueva vida, la cual incluye el perdón de nuestros pecados y la presencia y el poder transformador de su Espíritu. El nos da la bienvenida a su nueva comunidad, la cual está compuesta de personas de todas las razas, naciones y culturas. Y él promete que un día nosotros entraremos a su nuevo mundo, en el cual el pecado será abolido, la naturaleza será redimida y Dios reinará para siempre. Estas buenas nuevas deben ser proclamadas con valor dondequiera que sea posible, en las iglesias y en los auditorios públicos, en radio y televisión, y al aire libre, porque es el poder de Dios para salvación y estamos en la obligación de darlas a conocer. En nuestra predicación debemos declarar fielmente la verdad que Dios ha revelado en la Biblia y esforzarnos por relacionarla con nuestro propio contexto.
También afirmamos que la apologética, esto es, “la defensa y confirmación del evangelio” (Fil 1:7), es esencial para la comprensión bíblica de la misión y para un testimonio efectivo en el mundo moderno. Pablo “discutía” con algunas personas al margen de la Escrituras, con miras a “persuadirlos” de la verdad del evangelio. Así debemos hacerlo nosotros. De hecho, todos los cristianos deben estar listos para dar razón de la esperanza que hay en ellos (1 Pedro 3:15).
Otra vez hemos visto el énfasis de Lucas en el evangelio como buenas nuevas para los pobres (Lucas 4:18; 6:20; 7:22) y nos hemos preguntado qué significa esto para la mayoría de la población mundial, que son pobres, afligidos u oprimidos. Se nos ha recordado que la ley, los profetas y los libros de Sabiduría, así como la enseñanza y ministerio de Jesús, todos enfatizan la preocupación de Dios por los pobres en recursos económicos y nuestro deber consecuente de interesarnos por ellos y protegerlos.
La Escritura también se refiere a los espiritualmente pobres, quienes miran sólo a Dios para alcanzar misericordia. El evangelio viene como buenas nuevas a ambas clases. Los pobres en espíritu, quienes sin importar sus circunstancias económicas, se humillan ante Dios, reciben por fe el don gratuito de la salvación. Para nadie hay otra manera de entrar en el reino de Dios. Los materialmente pobres y desposeídos encuentran además, una nueva dignidad como hijos de Dios y el amor de los hermanos y hermanas, quienes lucharán con ellos por su liberación de todo lo que los degrada y los oprime.
Nos arrepentimos de cualquier descuido de la verdad de Dios en la Escritura y nos comprometemos a proclamarla y defenderla. También nos arrepentimos de haber sido indiferentes al clamor del pobre y por haber mostrado preferencia por el rico, y nos comprometemos a seguir a Jesús en la predicación de las buenas nuevas a toda persona, en palabra y obra.
La singularidad de Jesucristo
Somos llamados a proclamar el evangelio de Cristo en un mundo cada vez más pluralista. Hay un resurgir de religiones antiguas y el nacimiento de otras nuevas. En el primer siglo también había “muchos dioses y muchos señores” (1 Corintios 8:15). Sin embargo, los apóstoles afirmaron valientemente la singularidad, la indispensabilidad y centralidad de Cristo. Nosotros debemos hacer lo mismo. Debido a que los hombres y las mujeres han sido hechos a la imagen de Dios y ven en la creación evidencias del Creador, las religiones que han surgido contienen a veces algunos elementos de verdad y belleza. A pesar de eso, no son evangelios alternativos. Debido a que los seres humanos son pecadores y debido a que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19), también las personas religiosas necesitan la redención provista por Cristo. Por lo tanto, no tenemos ninguna base para decir que la salvación puede encontrarse fuera de Cristo aparte de una aceptación explícita de su obra por medio de la fe.
A veces se afirma que en virtud del pacto de Dios con Abraham, el pueblo judío no tiene que reconocer a Jesús como su Mesías. Afirmamos que ellos lo necesitan tanto como cualquier otra persona y que sería una forma de antisemitismo, además de deslealtad a Cristo, el separarnos del patrón neo testamentario consistente en llevar el evangelio “al judío primeramente…” Por lo tanto, rechazamos la tesis de que los judíos tengan su propio pacto que hace innecesaria la fe en Jesús.
Lo que nos une son nuestras convicciones en común acerca de Jesucristo. Le confesamos como el Hijo de Dios, que se hizo plenamente humano y que, a la vez, permaneció plenamente divino, que fue nuestro substituto en la cruz., llevando nuestros pecados y muriendo en lugar nuestro, cambiando su justicia por nuestra injusticia, que se levantó victorioso con un cuerpo transformado, y que regresará en gloria para juzgar a mundo. Sólo él es el Hijo encarnado, el Salvador, el Señor y el Juez, y sólo él, con
El Padre y el Espíritu Santo, es digno de la adoración, la fe y la obediencia de todos. Solamente hay un evangelio porque solamente hay un Cristo, quien por su muerte y resurrección es el único camino de salvación. Por lo tanto, rechazamos tanto el relativismo, que considera todas las religiones y espiritualidades como caminos de acercamiento a Dios igualmente válidos, como el sincretismo que procura mezclar la fe en Cristo con otras creencias.
Además, por cuanto Dios ha exaltado a Jesús al lugar más alto para que todos lo puedan reconocer, es también nuestro deseo exaltarle. Motivados por el amor de Cristo, debemos obedecer la gran comisión de Cristo y amar a sus ovejas perdidas, pero en especial somos motivados por el “celo” de su santo Nombre, y anhelamos ver que él reciba el honor y la gloria que a él debidas.
En el pasado, a veces hemos sido culpables de adoptar actitudes de ignorancia, arrogancia, falta de respeto y hasta de hostilidad hacia los adeptos de otras religiones. Nos arrepentimos de haberlo hecho. Sin embargo, determinamos llevar a cabo un testimonio positivo y sin concesiones de la singularidad de nuestro Señor en su vida, muerte y resurrección, en todos los aspectos de nuestro trabajo evangelístico, incluyendo el diálogo con seguidores de otros credos.
El Evangelio y la responsabilidad social
El evangelio auténtico debe llegar a ser visible en las vidas transformadas de hombres y mujeres. Al proclamar el amor de Dios, debemos estar involucrados en un servicio amoroso, y al predicar el Reino de Dios, debemos estar consagrados a sus demandas de justicia y paz. La evangelización es primordial porque nuestra mayor preocupación es la difusión del evangelio, para que todas las personas puedan tener la oportunidad de aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador. Sin embargo, Jesús no solamente proclamaba el reino de Dios, sino que también demostró su llegada por medio de obras de misericordia y poder. Hoy día se nos llama a una integración similar de palabras y hechos. En un espíritu de humildad debemos predicar y enseñar, ministrar a los enfermos, dar de comer a los hambrientos, cuidar a los presos, ayudar a los minusválidos y desprovistos, y liberar a los oprimidos. Aunque reconocemos la diversidad de los dones espirituales, de las vocaciones y de los contextos, afirmamos también que las buenas nuevas y las buenas obras son inseparables.
La proclamación del reino de Dios demanda necesariamente la denuncia profética de todo lo que no es compatible con él. Entre los males que deploramos, está la violencia destructiva, incluida la institucionalizada, la corrupción política, todas las formas de explotación de personas y de la tierra, las fuerzas que socavan la familia, el aborto libre, el tráfico de drogas, y la violación de los derechos humanos. En nuestra preocupación por los pobres, nos apena la deuda de los dos tercios del mundo. Sentimos también lo ultrajante de las condiciones infrahumanas en que viven millones de seres humanos, quienes llevan la imagen de Dios como nosotros.
Nos arrepentimos porque la estrechez de nuestras preocupaciones y nuestra visión limitada, muchas veces, nos han privado de proclamar debidamente el señorío de Jesucristo sobre toda la vida, ya sea privada o pública, local o global. Nos proponemos obedecer su mandato de “buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia” Mateo (6:33).
TODO LA IGLESIA
Todo el evangelio ha de ser proclamado por toda la iglesia. Todo el pueblo de Dios ha sido llamado a compartir la tarea evangelística. Sin embargo, sin el Espíritu Santo de Dios todos los esfuerzos serán infructuosos.
Dios, el Evangelista
Las Escrituras declaran que Dios es el evangelista por excelencia. Porque el Espíritu de Dios es el Espíritu de verdad, amor, santidad, y la evangelización es imposible sin él. Es él quien unge al mensajero, confirma la Palabra, prepara al oyente, convence al pecador e ilumina al ciego; da vida al muerto, nos capacita para arrepentirnos y creer, nos une al cuerpo de Cristo, nos asegura que somos hijos de Dios, nos guía hacia el servicio y carácter de Cristo, y a la vez, no envía a ser testigos de Cristo. En todo esto la preocupación principal del Espíritu Santo es glorificar a Cristo mostrándonoslo y formándolo en nosotros.
Toda evangelización involucra una batalla espiritual con los principados y potestades del mal. Sobre los cuales sólo las armas espirituales pueden prevalecer, especialmente la Palabra y el Espíritu, con la oración. Por lo tanto, hacemos un llamado a todos los creyentes para que sean diligentes en sus oraciones, tanto por la renovación de la iglesia como por la evangelización del mundo.
Toda verdadera conversión implica un encuentro, en el que la autoridad superior de Jesucristo se pone de manifiesto. No hay mayor milagro que éste: que el creyente sea liberado de las ataduras de Satanás y del pecado, del miedo y futilidad, de la oscuridad y de la muerte.
Aunque los milagros de Jesús fueron especiales, pues fueron señales de su mesianidad y de la anticipación de su perfecto reino cuando toda la naturaleza le estará sujeta, no tenemos la libertad de poner límites al poder del Creador viviente hoy. Rechazamos tanto el escepticismo que niega los milagros como la presunción que los demanda; tanto la timidez que se retare de la plenitud del Espíritu Santo, como el triunfalismo que se retrae de la debilidad en la cual se perfecciona el poder de Cristo.
Nos arrepentimos de nuestros intentos de evangelizar confiados en nuestras propias fuerzas, o de dictar al Espíritu Santo. Determinamos no “contristar” ni “apagar” el Espíritu en el futuro, sino tratar de difundir las buenas nuevas “con poder, con el Espíritu Santo y con plena certidumbre.” (1 Tesalonicenses 1:5).
Los testigos humanos
Dios el evangelista, da a su pueblo el privilegio de ser sus “colaboradores” (2 Corintios 6:1). Porque aunque no podemos testificar sin él, él normalmente escoge testificar a través de nosotros. El sólo llama a algunos a ser evangelistas, misioneros o pastores, pero llama a toda su iglesia y a cada uno de sus miembros a ser sus testigos.
La tarea privilegiada de los pastores y maestros es la de guiar al pueblo (Griego = laos) de Dios hacia la madurez (Colosenses 1:28) y equiparlos para el ministerio (Ef. 4:11,12). Los pastores no deben monopolizar los ministerios, sino multiplicarlos animando a otros a usar sus dones y entrenando a discípulos para hacer discípulos. El dominio de los laicos por los pastores ha sido el gran mal en la historia de la iglesia. Priva tanto a los laicos como a los pastores del papel que Dios les ha encomendado, produce sobrecarga de éstos, debilita la iglesia y obstaculiza el avance del evangelio, además, es fundamentalmente no bíblico. Por lo tanto, nosotros, que durante siglos hemos insistido en el “sacerdocio de todos los creyentes,” ahora también insistimos en el ministerio de todos los creyentes.
Reconocemos con gran agradecimiento que los niños y los jóvenes enriquecen la adoración y la extensión del la iglesia con su entusiasmo y su fe. Necesitamos entrenarlos en el discipulado y la evangelización para que alcancen a su propia generación para Cristo.
Dios creó al hombre y a la mujer, y ambos son portadores de su imagen (Génesis 1:26-27): los acepta de igual manera en Cristo (Gálatas 3:28) y derramó su Espíritu sobre toda carne, tanto hijos como hijas (hechos 2:17-18). Además, ya que el Espíritu distribuye sus dones, a las mujeres al igual que a los hombres, ellas deben tener oportunidades para ejercer sus dones. Celebramos su distinguido papel en la historia de las misiones y estamos convencidos de que Dios llama a mujeres hoy a un papel similar. Aunque no estamos totalmente de acuerdo en cuanto la forma que su lirazgo debe tomar, si estamos de acuerdo en que Dios desea que hombres y mujeres disfruten de una cooperación en la evangelización mundial. Es necesaria, por consiguiente, una formación adecuada al alcance de los unos y de las otras.
El testimonio de los laicos, hombres y mujeres, tiene lugar no sólo a través de la iglesia local (véase sección 8), sino que son llamados a participar en la obra de testificar a través de amistades, en el hogar o en el empleo.
Nuestra primera responsabilidad es la de testificar a nuestros amigos, parientes, vecinos y colegas. La evangelización que tiene al hogar como punto de partida es también natural, tanto para los casados como para los solteros. Un hogar cristiano no sólo deberá mostrar las normas de Dios para el matrimonio, el sexo y la familia, y ofrecer a las personas lastimadas un ambiente de amor y paz, sino que debe ser también un lugar donde pueden sentirse a gusto los vecinos que normalmente no visitarían una iglesia evangélica, y esto, aun cuando se hable del evangelio.
Otro contexto para el testimonio laico es el lugar de trabajo, porque es aquí donde la mayoría de los cristianos pasa la mitad de las horas de cada día, y porque el `trabajo es una vocación divina. Los cristianos pueden reportar alabanza a Cristo por sus palabras, por el trabajo eficaz, por su honradez y consideración hacia los demás, por su búsqueda de justicia en el lugar de trabajo, y este testimonio cobra eficacia especial si es que los demás pueden ver por su calidad de trabajo diario que se hace para la gloria de Dios.
Nos arrepentimos de las veces que hayamos desanimado a los laicos en su ministerio, en especial el ministerio de las mujeres y de los jóvenes. Nos comprometemos de aquí en adelante a estimular a todos los seguidores de Cristo a ocupar el lugar que como testigos de Cristo les corresponda de manera justa y natural. La verdadera evangelización procede del rebosamiento de un corazón enamorado de Cristo. Por eso corresponde a todo su pueblo sin excepción.
La integridad de los testigos
No hay nada que con mayor elocuencia respalde al evangelio que una vida transformada, ni nada que lo desacredite tanto que una vida inconsistente con el mismo. Se nos ha ordenado que compartarnos de una manera digna del evangelio de Cristo y aun a “adornarlo” resaltando su belleza por medio de vidas sanas. Porque el mundo que nos observa busca la evidencia que corrobore las declaraciones que los discípulos de Cristo hacen a favor del Señor. Una evidencia poderosa es nuestra integridad.
Nuestra proclamación de que Cristo murió para llevarnos a Dios atrae a muchas personas que están sedientas espiritualmente, pero no nos van a creer si es que no presentamos evidencia de que nosotros mismos conocemos al Dios viviente, o si es que nuestra adoración pública carece de realidad y relevancia.
Nuestro mensaje de que Cristo reconcilia a los hombres entre sí cobra autenticidad sólo si se nota que nos amamos y perdonamos mutuamente, servimos a otros con humildad, y nos entendemos más allá de nuestra propia comunidad en el ministerio compasivo y abnegado a favor de los necesitados.
Nuestro reto a los demás es que se nieguen a sí mismos, tomen su cruz y sigan a Cristo será creíble sólo si nosotros mismos hemos muerto claramente a ambiciones egoístas, a la falta de honradez y a la codicia, y vivimos una vida de sencillez, contentamiento y generosidad.
Lamentamos los fracasos que vemos en la integridad cristiana, tanto en los creyentes como en las iglesias: codicia material, orgullo profesional y rivalidad, competencia en el servicio cristiano, celos de líderes jóvenes, paternalismo misionero, falta de responsabilidad mutua, la pérdida de las normas cristianas de sexualidad, y la discriminación racial, social y sexual. Todo esto es mundanalidad, la cual permite que la cultura prevaleciente trastorne a la iglesia cuando ésta debería desafiar y cambiar la cultura. Estamos profundamente avergonzados de las veces que, como individuos y como comunidades crsitianas, hemos afirmado a Cristo de palabra, pero negándolo con nuestros hechos. Nuestra falta de integridad quita credibilidad a nuestro testimonio. Reconocemos nuestras luchas y fracasos contínuos. Pero también, por la gracia de Dios, nos comprometemos a desarrollar la integridad en nosotros y en la iglesia.
La iglesia local
Toda congregación cristiana es una expresión local del cuerpo de Cristo y tiene las mismas responsabilidades. Es tanto “un sacerdocio santo” para ofrecer a Dios los sacrificios espirituales de adoración, como también “una nación santa” para anunciar su excelencias mediante el testimonio (1 Pedro 2:5,9). La iglesia es entonces una comunidad que adora y una comunidad que testifica, reunida y esparcida, llamada y enviada. La adoración y el testimonio son inseparables.
Creemos que la iglesia local tiene la responsabilidad primordial de extender el evangelio. La Escritura sugiere esto en la progresión de “nuestro evangelio llegó a vosotros” y luego “partió de vosotros” (1 Tesalonicenses 1:5,8). De esta manera, el evangelio crea la iglesia que extiende el evangelio, el cual crea más iglesias en una continua reacción en cadena. Más aún, lo que la Escritura enseña, la estrategia lo confirma. Cada iglesia local debe evangelizar el distrito en el que está localizada, y tiene los recursos para hacerlo.
Recomendamos a cada congregación llevar a cabo estudios no sólo de su propia membrecía y programa, sino también de su comunidad local y de todas sus características, a fin de desarrollar estrategias apropiadas para la misión. Sus miembros pueden decidir organizar la visitación de todo el barrio, penetrar en algún lugar particular donde la gente se reúna, organizar series de reuniones evangelísticas, conferencias o conciertos, trabajar con los pobres para transformar un área local marginada, o establecer una nueva iglesia en un distrito o localidad vecina. Al mismo tiempo, no deben olvidar la tarea global de la iglesia. Una iglesia que envía misioneros no debe descuidar su propia localidad, y una iglesia que evangeliza su vecindario no debe ignorar el resto del mundo.
En todo esto cada congregación y cada denominación debe, en donde sea posible, trabajar con otras, procurando convertir cualquier espíritu de competencia en una de cooperación. Las iglesias también deben trabajar con organizaciones para-eclesiales, especialmente en la evangelización, e la enseñanza y en el servicio comunitario, porque tales agencias son parte del cuerpo de Cristo y tienen una valiosa experiencia y especialización de las que la iglesia puede beneficiarse grandemente.
La iglesia ha sido concebida por Dios para ser una señal de su reino, esto es, una indicación de cómo es una comunidad humana cuando está bajo su gobierno de justicia y paz. Así como en los individuos, también en las iglesias, el evangelio tiene que ser encarnado si ha de ser comunicado efectivamente. Es a través de nuestro amor mutuo que el Dios invisible se revela a sí mismo hoy (1 Juan 4:12), especialmente cuando nuestro compañerismo se expresa en grupos pequeños, y cuando trasciende las barreras de raza, rango, sexo, y edad que divide a otras comunidades.
Lamentamos profundamente que muchas de nuestras congregaciones sólo miren hacia adentro, organizadas para su mantenimiento más que para la misión, o preocupadas con actividades centradas en la propia iglesia a expensas del testimonio. Determinamos volver a nuestras iglesias de adentro hacia afuera, de modo que puedan involucrarse en una expansión continua, para que el Señor les añada diariamente aquellos que han de ser salvos (Hechos 2:47).
La cooperación en la evangelización
La evangelización y la unidad están estrechamente relacionadas en el Nuevo Testamento. Jesús pidió que la unidad de su pueblo reflejara su propia unidad con el padre (Juan 17:20,21), y Pablo exhortó a los filipenses a “combatir unánimemente por la fe del evangelio” (Filipenes 1:27). En contraste con esta visión bíblica, estamos avergonzados de las sospechas y rivalidades, del dogmatismo en cuestiones secundarias, de las luchas por el poder y de la edificación de imperios que arruinan nuestro testimonio evangelístico. Afirmamos que la cooperación en la evangelización es indispensable. Primero, porque es la voluntad de Dios, pero también porque el evangelio de reconciliación es desacreditado por nuestra falta de unidad, y porque si la tarea de la evangelización del mundo ha de ser alguna vez lograda, debemos realizarla juntos.
“Cooperación” significa encontrar unidad en la diversidad. Involucra personas de diferentes temperamentos, dones, vocaciones y culturas, iglesias nacionales y agencias misioneras, todas las edades y ambos sexos, en un trabajo conjunto.
Estamos decididos a dejar atrás de una vez por todas, como restos de nuestro pasado colonial, la distinción simplista entre países envidadores del primer mundo, y los países receptores del tercer mundo. Porque la gran novedad de nuestra era es la internacionalización. No sólo una gran mayoría de cristianos evangélicos no son occidentales, sino que el número de misioneros del tercer mundo pronto sobrepasará a los del occidente. Creemos que equipos misioneros de composición diversa, pero unidos de mente y corazón, constituyen un impresionante testimonio de la gracia de Dios.
Nuestra referencia a “toda la iglesia” no es una afirmación presuntuosa de que la iglesia universal y la comunidad evangélica sean sinónimas. Porque reconocemos que hay muchas iglesias que no son parte del movimiento evangélico. Las actitudes evangélicas ante la Iglesia Católica Romana y las iglesias Ortodoxas difieren enormemente. Algunos evangélicos están orando, hablando, estudiando las Escrituras y trabajando con dichas iglesias. Otros se oponen fuertemente a cualquier forma de diálogo o cooperación con ellas. Todos los evangélicos son conscientes de que aún subsisten entre nosotros serias diferencias teológicas. Donde sea apropiado, y mientras la verdad no se vea comprometida, la cooperación puede ser posible en áreas tales como la traducción de la Biblia, el estudio de temas éticos y teológicos contemporáneos, el trabajo social y la acción política. debemos dejar en claro, sin embargo, que una evangelización común demanda un compromiso común respecto al evangelio bíblico.
Algunos de nosotros somos miembros de iglesias que pertenecen al Consejo Mundial de Iglesias, y creemos que una participación activa pero crítica de su obra es nuestro deber cristiano. Otros, entre nosotros, no tenemos ninguna relación con dicho Consejo Mundial. Todos nosotros instamos al Consejo Mundial de Iglesias a que se identifique con una comprensión bíblica y consistente de la evangelización.
Confesamos que compartimos una parte de la responsabilidad por el fraccionamiento del cuerpo de Cristo, lo cual constituye un gran obstáculo para la evangelización del mundo. Nos comprometemos a seguir la búsqueda de esta unidad en la verdad por la cual Cristo oró. Estamos persuadidos de que la forma correcta de avanzar hacia una mejor cooperación es un diálogo franco y paciente, basado en la Biblia, con todos aquellos que comparten nuestras preocupaciones. A esto nos comprometemos con gozo.
TODO EL MUNDO
El evangelio en su totalidad ha sido encomendado a toda la iglesia, para que se proclame a todo el mundo. Es necesario, entonces, que comprendamos el mundo al cual somos enviados.
El mundo moderno
La evangelización tiene lugar en un contexto dado, no en un vacío. El equilibrio entre evangelio y contexto tiene que mantenerse cuidadosamente. Debemos entender el contexto, sin dejar que éste distorsione el evangelio. A este respecto nos ha preocupado el impacto de la “modernidad,” que es una cultura mundial emergente, producida por la industrialización con su tecnología y la urbanización, con su orden económico. Estos factores se combinan para crear un ambiente que moldea en formas significativas la manera como vemos nuestro mundo. Además, el secularismo ha asolado la fe, despojándola de su sentido de Dios y de lo sobrenatural: la urbanización ha deshumanizado la vida de muchos, y los medios de comunicación masiva han contribuido a la devaluación de la verdad y la autoridad, sustituyendo la palabra por la imagen. En conjunto, estas consecuencias de la “modernidad” transtornan el mensaje que muchos predican y socavan su motivación relacionada a la misión.
En 1900 sólo el 9% de la población del mundo vivía en las ciudades, se calcula que en el año 2000 más del 50% vivirá en las ellas. Este movimiento hacia las ciudades se ha llamado “la mayor migración de la historia humana”: es un reto enorme para las misiones cristianas. Por un lado, la población urbana es muy cosmopolita: las distintas naciones llegan a nuestras puertas en la ciudad. ¨Podremos desarrollar iglesias globales donde el evangelio acabe con las barreras étnicas? Por otro lado, muchos de los que viven en las ciudades son emigrantes pobres receptivos a evangelio. ¨Seremos capaces los creyentes de instalarnos en las comunidades urbanas pobres para servir a la gente y compartir el trabajo de transformar la ciudad?
La modernización trae bendiciones así como peligros. Crea vínculos de comunicación y comercio en todo el mundo, abriendo así caminos para l evangelio. Traspasa viejas fronteras y abre sociedades cerradas, tradicionales y totalitarias. Los medios de comunicación cristianos tienen una influencia poderosa, tanto en la preparación del suelo como para la siembra de la semilla del evangelio. Las principales emisoras de radio misioneras se han comprometido a transmitir el mensaje del evangelio en todos los idiomas mayoritarios del mundo antes del año 2000.
Confesamos que no nos hemos esforzado como deberíamos para entender la modernización. Hemos usado métodos y técnicas sin evaluarlos críticamente, y de esa manera nos hemos expuesto a formas mundanas de pensar y actuar. Pero hemos decidido, de aquí en adelante, a tomar en serio estos retos y estas oportunidades, resistir a las presiones seculares de la modernización, relacionar el Señorío de Cristo con la totalidad de la cultura moderna, y así ocuparnos en la misión del mundo moderno sin actitudes mundanas.
El reto del año 2000 y más allá
La población del mundo de hoy se acerca a los seis mil millones. La tercera parte confiesa a Cristo, al menos en forma nominal. De los restantes cuatro mil millones, la mitad han oído el evangelio y la otra mitad aún no. A la luz de estas cifras, evaluamos nuestra tarea evangelística tomando en consideración cuatro categorías de personas. En primer lugar, están los comprometidos. Componen una fuerza potencial para la tarea misionera. En este siglo esta categoría de creyentes cristianos ha crecido de unos 40 millones en 1900 a 500 millones hoy, y en la actualidad está creciendo a un ritmo de dos veces mayor que cualquier otro grupo religioso.
En segundo lugar, están los no comprometidos. Estos hacen una profesión de fe cristiana (han sido bautizados, asisten de vez en cuando y se identifican como cristianos), pero la idea de un compromiso personal con Cristo le es algo extraño. Se encuentran en toda clase de iglesias en todas partes del mundo. Necesitan urgentemente ser evangelizados.
En tercer lugar, están los no-evangelizados. Son personas con un conocimiento mínimo del evangelio, pero que no han tenido la oportunidad adecuada para responder a él. Probablemente están dentro del alcance de personas cristianas si estas hicieran el esfuerzo de ir a la otra calle, camino, aldea o pueblo para encontrarlos.
En cuarto lugar, están los no-alcanzados. Estos son los dos millones de personas que nunca han escuchado que Cristo es el Salvador, y que no están al alcance de cristianos de su propio pueblo. Existen, de hecho, unos 2000 pueblos o grupos nacionales donde todavía no hay una iglesia autóctona viva. Nos ayuda a pensar en ellos como miembros de grupos étnicos menores, que se ven a sí mismos como teniendo algo en común (por ejemplo: cultura, idioma, territorio u oficio). Los mensajeros que más eficazmente los podrían alcanzar son los creyentes que ya pertenecen a esa cultura y hablan su lengua.
De lo contrario, tendrán que ir mensajeros transculturales del evangelio, dejando atrás su propia cultura e identificándose abnegadamente con aquellos a quienes anhelan alcanzar para Cristo.
En la actualidad hay unos 12.000 grupos no alcanzados dentro de las 2000 agrupaciones mayores. La tarea no es imposible. Pero actualmente sólo el 7% de la fuerza misionera trabaja en esta empresa transcultural, mientras que el restante 93% ministra en la mitad del mundo que ya está evangelizada. Para que este desequilibrio sea corregido, será necesario replegar estratégicamente el personal que ya está sirviendo.
Una triste realidad que afecta a todas las categorías ya mencionadas es la inaccesibilidad. Muchos países no otorgan VISAS a los “misioneros” que no ofrecen ninguna otra profesionalización o contribución. Nuestras oraciones pueden traspasar toda barrera, cortina o puerta. La radio y televisión cristiana, casetes de audio y video, películas y literatura también pueden llegar a lugares cerrados a otras formas de ministerio. También lo pueden hacer los “fabricantes de tiendas” quienes como el apóstol Pablo, se ganan la vida con alguna profesión secular. Viajan como hombres de negocios, profesores universitarios, técnicos especializados o maestros de idiomas, y aprovechan todas las oportunidades para hablar de Jesucristo. No llegan a un país de forma engañosa: su trabajo legítimo los lleva a él. Lo que sucede es sencillamente, que el testificar, es un componente esencial de su estilo de vida cristiana dondequiera que estén.
Nos avergonzamos profundamente que casi dos milenios después de la muerte y resurrección de Cristo, dos terceras partes de la población mundial todavía no lo han reconocido como Salvador. Por otro lado, nos asombran las crecientes evidencias del poder de Dios aún en los lugares más insospechados de la tierra.
El año 2000 ha llegado a ser un hito desafiante para muchos. ¨Nos podremos comprometer a evangelizar el mundo durante la última década de este milenio? No hay nada mágico en cuanto a esa fecha, pero de todos modos ¨no deberíamos dar nuestros mejores esfuerzos para alcanzar esa meta? Cristo nos manda a llevar el evangelio a todas las naciones. La tarea es urgente. Estamos decididos a obedecerle con gozo y esperanza.
Situaciones difíciles
Jesús dijo claramente a sus seguidores que deberían esperar oposición. “Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20) Incluso les dijo que deberían regocijarse en la persecución (Mateo 5:12), y les recordó que la condición para llevar el fruto es la muerte (Juan 12:24). Estas predicciones de que el sufrimiento cristiano es inevitable y a la vez productivo se han cumplido en cada época, incluyendo la nuestra. Ha habido miles de mártires. Hoy día la situación sigue siendo igual. Esperamos que la “glasnost” y la “perestroika” resulten en libertad completa en la Unión Soviética y otras naciones del bloque oriental, y que los países islámicos e hindúes se abran más al evangelio. Deploramos la reciente represión brutal del movimiento democrático chino, y oramos para que no reporte más sufrimiento a los cristianos. Por lo general, sin embargo, parece que las religiones antiguas se están volviendo menos tolerantes, los extranjeros son menos aceptados, y el mundo es menos receptivo al evangelio. Ante esta situación, queremos hacer tres declaraciones a los gobiernos que están reconsiderando su actitud frente a los creyentes cristianos.En primer lugar, los cristianos son ciudadanos leales que buscan el bienestar de sus naciones. Oran por sus líderes y pagan sus impuestos, desde luego, los que han confesado a Jesús como Señor no pueden, a la vez, decir “Señor” a otras autoridades, y si se les ordena hacerlo, o cualquier otra cosa que Dios prohíbe, tendrán que desobedecer. Pero son ciudadanos responsables. También contribuyen al bienestar de su país con la estabilidad de sus matrimonios y hogares, su honradez en el negocio, su trabajo esforzado y su actividad voluntaria al servicio de los incapacitados y necesitados. Los gobiernos justos no tienen por qué temer a los cristianos.En segundo lugar, los cristianos renuncian a los métodos indignos de evangelización. Aunque la naturaleza de nuestra fe requiere compartirla con otros, nuestra práctica es hacer una declaración honrada y abierta que deja en completa libertad a los oyentes para que tomen sus propias decisiones. Queremos ser sensibles hacia quienes tienen otras creencias y rechazamos cualquier método que trate de obligarles a convertirse.
En tercer lugar, lo cristianos anhelan ardientemente la libertad religiosa para todos, no solamente para los cristianos. En países en los que predomina un colectivo cristiano, los creyentes están al frente de los que demandan libertad para las minorías religiosas. En los países en los que predominan los no cristianos, por lo tanto, los cristianos están pidiendo para sí, no más de lo que demandan para otros en circunstancias similares. La libertad para “profesar, practicar y propagar” la religión, según se define en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, puede y debe, ciertamente, ser un derecho otorgado recíprocamente.
Lamentamos grandemente cualquier testimonio indigno del que los seguidores de Jesús podemos haber sido culpables. Determinamos, en nada ofender innecesariamente, para que el Nombre de Cristo no sea deshonrado. Sin embargo, la ofensa de la cruz no la podemos evitar. Por causa del Cristo crucificado oramos para que estemos listos, por su gracia, para sufrir y aún para morir. El martirio es una forma de testimonio que Cristo especialmente ha prometido honrar.
CONCLUSION: PROCLAMAR A CRISTO HASTA QUE VUELVA
“Proclamar a Cristo hasta que el vuelva.” Este ha sido el lema de Lausana II. Por supuesto creemos que Cristo ha venido, vino cuando Augusto César era emperador de Roma. Pero un día, como declaran sus promesas, El volverá de nuevo en un inimaginable esplendor para perfeccionar su reino. Se nos manda velar y estar preparados. Mientras tanto, el período entre la primera y segunda venida debemos llenarlo con la obra misionera cristiana. Hemos sido llamados a ir con el evangelio hasta lo último de la tierra, y se nos ha prometido que el fin de los tiempos llegará sólo cando hayamos cumplido con esa tarea. Los dos cabos de la tierra, (espacio y tiempo) coincidirán. Hasta ese día él ha prometido estar con nosotros.
La misión cristiana es, pues, una tarea urgente. No sabemos de cuánto tiempo disponemos para realizarla. Ciertamente no tenemos tiempo que perder. Y para cumplir urgentemente con nuestra responsabilidad otros requisitos son necesarios, especialmente la unidad (debemos evangelizar juntos) y el sacrificio (debemos calcular y aceptar el costo). Nuestro pacto de Lausana fue “orar, planificar, y trabajar juntos para la evangelización de todo el mundo.” Nuestro manifiesto en Manila es, que toda la iglesia es llamada a llevar todo el evangelio a todo el mundo, proclamando a Cristo hasta que El venga, con la perentoriedad, unidad y sacrificio que sean necesarios. (Lucas 2;1-7;Marcos 13;26-27; Marcos 13;32-37; Mateo 24;14; Mateo 28:20).
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